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San Francisco de Asís en el mundo de hoy (Una florecilla actual)

A medida que pasan los años he conocido el sufrimiento humano y el agobio del día a día. Se me hace imposible no padecer de lo que el hombre actual conoce como “realidad” y en momentos de desespero encuentro consuelo en la vida de los santos, partidos hace siglos a la casa del Señor.

De los más antiguos, Francisco me aporta mayor alegría. Fue tan sólo un hombre pobre y libre que pisó esta tierra. En una oportunidad lo imaginé tomar el ferrocarril Caracas-Valles del Tuy. El que yo debo tomar todos los días para regresar a casa y en el cual siempre me gano un moretón. Este día se me hizo uno nuevo en la rodilla...

En fin, mientras pasaba por ese suplicio necesario, se me ocurrió la siguiente historia en forma de florecilla:



De cómo el hermano Francisco junto con el hermano León compartieron el mensaje de Dios en el ferrocarril hacia los Valles del Tuy


Llegó a oídos del santo padre Francisco que en las tierras de los Valles del Tuy crecía la superstición y la hechicería; la idolatría y los vicios. Entonces decidió nuestro seráfico padre emprender su viaje a aquellas tierras calurosas con el fin de llevar la verdadera fe a esos pueblos que tanto la necesitaba. Pensó: ‘me gustaría compartir aquella última reflexión sobre las virtudes que ahuyentan los vicios para comenzar’ y sonrió. Llevó consigo al hermano León a quien tanto admiraba por su mansedumbre y humildad. Era el indicado para acompañarlo en esta misión.

Iban entonces los hermanos pobres a las doce del mediodía camino a los Valles del Tuy. Tomaron el metro en la estación Capitolio predicando y regalando sonrisas a todos los que los miraban con asombro. El hermano León iba repasando en su mente, en voz baja, el mensaje que el hermano Francisco le hizo transcribir: ‘Donde hay caridad y sabiduría, no hay temor ni ignorancia. Donde hay paciencia y humildad, no hay ira ni desasosiego....’ cuando por fin arribaron a la estación terminal del ferrocarril. Francisco y León no podían contener su alegría de llegar a aquel lugar del cual habían oído hablar tanto y en el cual (al parecer) se pasaba mucha tribulación. Estaban a sólo un paso de la tierra a la que tanto querían llevar el mensaje nuevo de Jesús.

Compraron la ficha para entrar y se dispusieron a esperar la llegada del tren junto con otras 100 personas, aproximadamente. Cada vez llegaban más personas y comenzaron a amontonarse en el andén, sin respetar la formación. Francisco sonreía amablemente y parecía alegrarse cada vez que alguien lo empujaba. Sólo reía. Inmediatamente, el hermano León supo por qué y rió también. Recordó ‘¡Oh hermano León! Aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta’.

Finalmente llegó el tren y la gente se amontonó más hasta el punto de hacerse daño. Cuando las puertas del tren se abrieron, los empujones se convirtieron en golpes, los golpes en patadas y groserías, y más de una persona resultó pisoteada y herida. Los niños lloraban y las mujeres gritaban. Todos se insultaban. Al cabo de 5 minutos regresó el silencio; un silencio amargo, iracundo y forzado.

Francisco tuvo que levantarse sólo del suelo, puesto que nadie se dio cuenta, siendo él un hombre tan delgado, cuando cayó; ni pudieron escuchar sus gritos de ayuda pues estaban muy preocupados en no ser pisoteados ellos mismos. El hermano León fue a parar a uno de los extremos del tren y no podía ubicar a Francisco. Angustiado, pidió permiso entre las personas quienes volteaban molestas y le decían cosas ‘¡Lo que faltaba!’ y ’¿Ahora este qué?’. ‘Padre Francisco!¡Padre Francisco!’-gritaba León, pero no podía localizarlo.

Por fin lo consiguió, en una esquina, recostado sobre la puerta, sus ojos brillaban como nunca y su sonrisa no la podía contener. Hablaba lleno de alegría con las personas que estaban a su alrededor: ‘Dice el Señor: amad a vuestros enemigos (Mt 5, 44). Así, pues, ama de veras a su enemigo el que no se duele de la injuria que se le hace, sino que, por el amor de Dios, se requema por el pecado que hay en su alma. Y muéstrele su amor con obras’. Hablaba con tanto amor que las personas no recibían sus palabras como un reproche ni se sentían regañadas o insultadas. Porque cuando la palabra de Dios llega humildemente, toca y mueve los corazones.

Era impresionante verlos predicar con tanta alegría a las mismas personas que hace tan sólo unos minutos los habían pisoteado, empujado e insultado. No guardaban rencor y quienes tomaron ese tren recibieron muchas enseñanzas, incluso los que no lograron escucharlos hablar, puesto que los habían visto entrar y ahora se sorprendían con la actitud que estos pequeños pobrecillos tomaban. Les daban una lección de amor y libertad.

Veinte minutos después llegó su parada, los hermanitos bajaron del tren llenos de satisfacción y preparados para cumplir la misión que nuestro Señor Jesucristo les había encomendado en dichas tierras. Fortalecidos en el amor y en el Espíritu Santo, invocaron a la Madre del cielo y emprendieron su camino, ya en los pueblos del Tuy, donde el Señor obrará grandes cosas a través del hermano Francisco y el hermano León.

En alabanzas a Cristo. Amén.

© 2013 Grecia Albornoz

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